La experiencia de saltar nueve versiones de iPhone

Un curioso experimento: este año he dado un salto cualitativo interesante respecto a mi teléfono: he pasado del iPhone 6 al 15 sin ninguno entre medias. Más de siete años de distancia entre uno y otro. En España, la media del tiempo de vida de un teléfono se sitúa entre

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iPhone 15

Un curioso experimento: este año he dado un salto cualitativo interesante respecto a mi teléfono: he pasado del iPhone 6 al 15 sin ninguno entre medias. Más de siete años de distancia entre uno y otro. En España, la media del tiempo de vida de un teléfono se sitúa entre los dos y los tres años, período que ha subido con el tiempo, motivado quizá por los precios, por la crisis o porque los teléfonos son ahora más duraderos y de mejor calidad.

En mi intención también pesaba un factor ecológico: soy consciente de la huella de un teléfono, como quedó explicado en un artículo nuestro anterior.

He aquí la experiencia, que quizá pueda resultar de interés.

Apple tiene tres categorías para sus accesorios de cara al soporte: en activo, antiguos y obsoletos. Se estima que el iPhone 6 pasará a considerarse obsoleto durante 2024. El año pasado, decidí esperar todo lo posible para el cambio y anotar el resultado.

Aunque tenía un iPhone 6, yo estaba al tanto de los avances y mejoras de los teléfonos de otros conocidos. Es decir, que era muy consciente de las limitaciones del mío.

Desde Apple se recomienda el cambio -o sostiene que los cambios comienzan a ser significativos y perceptibles- cada tres generaciones. Es decir, que tendría que haber adquirido un 9, un 12 y finalmente un 15. ¡Dos iPhone más!

No negaré la evidencia. Para empezar, mi teléfono era muy lento. Además, las fotografías eran considerablemente más oscuras y de peor resolución que las de los teléfonos modernos. Debido al efecto de la abrasión, la sensibilidad de la pantalla táctil había disminuido y necesitaba casi golpearla para producir un efecto en las aplicaciones.

Por no hablar de lo que más se degrada en un teléfono: la batería. El iPhone no iba a durar mucho más, y cambiarla no resultaba rentable. Decidí aguantar también con ella.

En las últimas semanas, el teléfono sufrió algún apagón repentino, con el índice de la batería al 70% por lo menos. Las señales eran claras: había llegado el momento.

Días después, tengo el iPhone 15. El avance, claro, es notable. No voy a enumerar sus características y los trucos más interesantes con los que sacarle partido: cualquier búsqueda en Internet arroja muchos y muy buenos artículos y vídeos.

Solo apuntaré algunas ideas. Pese a ser ligeramente más pequeño, la pantalla ocupa más espacio. Además, la isla dinámica, una de las novedades más llamativas, ayuda a gestionar las aplicaciones en marcha con gran eficiencia. La calidad del objetivo de la cámara permite imágenes mucho más luminosas y definidas. Mejora sobre todo en condiciones nocturnas, de baja luminosidad.

¿Podría haberlo adquirido antes? ¿Alargué demasiado el momento del cambio, con un teléfono anticuado? Tal vez. Pero el experimento me ha permitido valorar en su justa medida el significado ético de desprenderse de un objeto tecnológico, y también comprender lo que supone en nuestras vidas el desarrollo de la telefonía móvil.