El fin de los ídolos tecnológicos

Si preguntáramos al más común de los mortales cuál es, o ha sido, la personalidad tecnológica más importante de finales del siglo pasado y comienzos del actual, la gran mayoría diría Steve Jobs. Sin embargo, las dos películas realizadas sobre su vida han resultado un estrepitoso fracaso. Steve Jobs, la

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Mark Zuckerberg

Si preguntáramos al más común de los mortales cuál es, o ha sido, la personalidad tecnológica más importante de finales del siglo pasado y comienzos del actual, la gran mayoría diría Steve Jobs. Sin embargo, las dos películas realizadas sobre su vida han resultado un estrepitoso fracaso.

Steve Jobs, la segunda de ellas, debutó en séptimo puesto en el fin de semana de su estreno, y en sus tres primeros días recaudó siete millones de los 15 a 19 que esperaba su productora.

No se puede decir que haya sido por falta de medios técnicos o artísticos. Esta segunda la interpreta un grande, Michael Fassbender, y la dirige otro nombre importante, Danny Boyle. ¿Qué ha sucedido? Boyle sugiere que la distribución de la película fue excesiva, cuando hubiera sido mejor empezar con menos copias y esperar que funcionara el boca a boca.

Seguramente tiene razón. En todo caso, no es extraño que Hollywood quisiera repetir, pese al fracaso precedente. La máxima habitual de la industria del cine norteamericana suele ser hacer secuelas de las películas de éxito o rehacer con otro envoltorio las que no salieron bien.

Lo raro es que no se hayan dado cuenta de que, en el mundo de la tecnología, las personalidades, los “líderes”, no tienen tanta importancia como en otros ámbitos.

Bill Gates, el otro gran artífice de la *informática actual, no tiene un gran perfil público. Sí, es conocido, sale en televisión y da entrevistas. Pero resulta tan normal y transparente que no parece una personalidad interesante en cuanto a marketing. En ese sentido, Gates, que además ahora se dedica sobre todo en iniciativas solidarias, tiene un perfil bajo.

Mark Zuckerberg podría ser un aprendiz de Gates, en el sentido que cuanto más se sabe de él, más corriente resulta. Si hasta responde en persona a los comentarios en su perfil de Facebook. Cierto, existe una película excelente sobre una parte de su vida, pero casi parece más una película de género, de juicios y traiciones, que la biografía de un personaje histórico, real.

Tim Cook se muestra más participativo y más cercano, pero sin el aura visionaria de Jobs. Para lo que es Apple, resulta bastante comedido. En realidad, Cook parece esforzarse en ser un sucesor humilde de Jobs, alguien que no quiere ensombrecer la memoria de su jefe.

Los responsables de Google o Amazon directamente han desaparecido bajo la imagen de sus propios productos. ¿Alguien conoce sus rostros, o la influencia verdadera que tienen?

¿No hay, entonces, personalidades fuertes, un William Randolph Hearst, un Alan Turing o un Frank Cappa? Pues parece que no. Internet, las redes sociales y fenómenos como el de los youtubers ha democratizado (por no decir banalizado) tanto la imagen que ya parece dar un poco igual. Quizá hemos llegado al estallido de la burbuja, en el que solo personalidades en la periferia de las redes como Edward Snowden o Julian Assange destacan.

“Al final no hay autor. Habrá un autor colectivo”, decía Enrique Vila-Matas en una charla. Es cierto. Hoy en día los grandes logros los hacemos entre todos. Pensemos en Wikipedia. Pensemos en las campañas de crowdfunding, en Annonymous y en las recogidas masivas de firmas de webs como Change.org.

Quien aupa un videojuego, a una estrella de youtube o cualquier otra iniciativa es la gente con sus visitas, sus retuits y sus comentarios. En el siglo XXI importan más las ideas que las personas aisladas, y eso es bueno.