Países inteligentes VIII: España y la electricidad

¿Podemos incluir a España en una hipotética lista de “países inteligentes”? ¿Cómo de rápido nos estamos adaptando al cambio climático en cuestiones energéticas? ¿Y por qué nos debería importar? Respondamos a la última pregunta en primer lugar: nos importa porque es uno de nuestros talones de Aquiles. Todo lo relacionado

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¿Podemos incluir a España en una hipotética lista de “países inteligentes”? ¿Cómo de rápido nos estamos adaptando al cambio climático en cuestiones energéticas? ¿Y por qué nos debería importar?

Respondamos a la última pregunta en primer lugar: nos importa porque es uno de nuestros talones de Aquiles. Todo lo relacionado con la actividad científica o tecnológica pasa por el embudo de la electricidad y la energía. Hace poco lo hemos comentado respecto a las ingentes cantidades de consumo que requiere la generación de criptomonedas. Eso al margen de preocupaciones medioambientales, sociales y políticas, por supuesto.

Pero esta cuestión, si en España vamos o no por buen camino en una transición a modelos limpios, no se puede responder de forma binaria.

Lo que hay por delante

El acuerdo de París, en vigor y firmado por 97 países en 2016, obliga a que en 2050 se reduzcan las emisiones contaminantes entre un ochenta y un noventa y cinco por ciento respecto a 1990. Por ahora, vamos despacio en la tarea: el 16% de la energía consumida en 2014 fue energía procedente de fuentes renovables.

En España, aunque crecemos al ritmo europeo en adopción de estas tecnologías, somos los que más incumplimos los acuerdos alcanzados en Kioto, en más de un cuarenta por ciento de emisiones de dióxido de carbono concretamente.

Todo esto puede que cambie en lo que queda de década. El pasado año, el Gobierno español anunció que va a invertir 7.500 millones de euros en energía renovable, lo que nos permitiría cumplir de aquí a 2020 los compromisos acordados con la Unión Europea. Con esto se pretende además reformar el mercado, adicto hasta el momento a los combustibles fósiles, y anticipar la llegada de la Ley del cambio climático que está por aprobarse en la fecha en que esto se escribe.

La previsión para 2050 es aún más optimista: energía totalmente renovable, barata y sin rastro de petróleo y carbón. El gas debería desaparecer de la oferta española diez años antes.

Pero para llegar a ese brillante futuro va a ser precisa una inversión superior a la partida del año pasado: 330.000 millones de euros para los próximos 30 años, concretamente.

El estado actual

Tenemos la meta prevista. Ahora bien, ¿estamos o no generando energía limpia en España en el presente? En 2015, el total de energía producida fue renovable (eólica, hidráulica, solar, etc.) en un 37,1% y no renovable (combustibles fósiles, nuclear, carbón…) en un 62,9%. Dos años después, el índice anual de energía limpia ha sido algo menor, de un 33,7%.

Esas son las buenas noticias. Las no tan buenas son que en España la tarifa de la luz subió un 31% en 2017 y que la procedencia principal de la electricidad en el país ha sido de las siete centrales nucleares con que contamos.

Y son malas noticias porque no podemos seguir anclados a combustibles fósiles, y no solo por razones ecológicas. La mayoría de los componentes necesarios para alumbrar nuestras casas o encender la calefacción son importados de África y Oriente Medio. En 2017 invertimos más de treinta y tres mil millones de euros en petróleo, gas y carbón extranjeros. Ese déficit energético también perjudica al país en términos financieros: a los prestamistas no les suele gustar conceder créditos a países muy endeudados.

Por supuesto, la dependencia del mercado extranjero afecta al bolsillo del consumidor. El importar más energía de la que exportamos nos ha valido el tercer puesto entre las tarifas de la luz más caras del continente. Pagamos más que nuestros vecinos más ricos, como Francia y Alemania. En catorce años, la tarifa ha subido un ochenta por ciento.

Este es el panorama en un país que tiene una de las mayores cuotas de radiación solar de Europa. Mientras Portugal avanza en el aprovechamiento de sus fuentes naturales, al sistema español le está costando moverse.

Ya podemos responder a la primera pregunta con que empezamos: es cierto que avanzamos hacia el nuevo modelo, pero demasiado despacio y con un gran esfuerzo por parte de los consumidores.

A día de hoy, las cinco grandes comercializadoras (seguro que sabéis cuáles son), que acumulan el 90% de las ventas a clientes y el 60% al mercado mayorista, se siguen llevando gran parte del pastel. Algunas de ellas ofrecen planes ecológicos.

Al margen de ellas, más de treinta comercializadoras en España ofrecen energía limpia al cien por cien. Muchas de ellas han firmado el documento de la Plataforma de Nuevo Modelo Energético y garantizan su actividad mediante los informes de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia.

Entre estas compañías se puede elegir entre empresas tradicionales, como Hola Luz, cooperativas como Som Energía, La Corriente, Zencer, Soabria, Goiener y muchas más, en la que los clientes son también socios y por tanto se supone un mayor nivel de compromiso, y agrupaciones de consumidores como Próxima Energía, que engloban las compras de todos los afiliados.

Para los más lanzados, también existe una tendencia cada vez mayor de autoconsumo por medio de paneles solares y baterías de almacenaje, o de contratación de la luz directamente a las empresas mayoristas.

Esperamos no tener que repetir este artículo dentro de unos años, salvo que sea para presumir de que España es por fin un país 100% inteligente, donde la energía es más barata, más limpia, más eficiente y más autónoma.